Por Mary Jane N. Real
El desafío de realizar una lluvia de ideas virtualmente
Con los desafíos que representaba facilitar los procesos de Financiamiento para la Colaboración de manera remota, para facilitadorxs como yo, la vara estaba muy alta al intentar lograr la misión de la iniciativa: “crear un espacio para profundizar en relaciones y [despertar] la imaginación audaz”. Un artículo con el que me encontré, habla de un estudio acerca de este fenómeno y señala, “la gente se desempeña peor al tener que pensar creativamente durante una videollamada, en comparación con una reunión presencial”, y continúa, “el estudio dice que las videoconferencias atascan la generación de ideas, pues enfoca a lxs comunicadorxs en la pantalla, lo que provoca un enfoque cognitivo más reducido”. Este tipo de enfoque puede que ayude a seleccionar la mejor idea, pero impide que se nos ocurra una desde el principio”. Melanie Brucks, la co-autora del estudio, resume lo que descubrieron: “Somos más creativos cuando somos libres y no estamos enfocados”.
Lxs participantes se refirieron a la complejidad de la facilitación del proceso participativo virtual de financiación. “¡Qué desafiante fue comunicarse entre sí, con diversas ideas, en diferentes idiomas y con un tiempo tan limitado por nuestras agendas de trabajo!”, reflexiona unx participante. Establecer un espacio común fue un proceso difícil, frustrante y, a veces desesperante, para todxs. Era un continúo balance delicado entre “la necesidad de hacer las cosas y la sensibilidad de satisfacer las necesidades de todxs”, según otrx participante. “Fue un proceso de constante aprendizaje” admiten muchas personas.
Perdernos contextos y significantes críticos
Dependiendo de nuestra ubicación, cada participante tiene un acceso distinto a Internet. La facilidad con la que nos comunicábamos entre nosotrxs dependía también de nuestro nivel individual de comodidad con la tecnología, ya que algunas personas no son tan expertas en el uso de las diferentes plataformas en línea. En el caso de lxs participantes de la República Democrática del Congo, a menudo abandonaban los debates debido a la mala conexión a Internet. Algunxs participantes no podían mantener una conexión lo suficientemente fuerte como para mantener sus videos encendidos durante toda la sesión debido a un ancho de banda insuficiente. Al carecer de significantes (expresiones faciales, lenguaje corporal, etc.), me ha resultado difícil profundizar en los intercambios a través de las voces de participantes en las plataformas virtuales.
Un elemento esencial que hizo falta en las facilitaciones de los encuentros virtuales fue el contexto. ¡Qué vital es forjar contextos compartidos para construir comunidades reales! En una reflexión que anoté en mi diario, reflexioné acerca de estos encuentros virtuales: “Nuestros contextos se borran y nuestras identidades son planas, pues nos reducimos a simples puntos en la pantalla, carentes de la infinita tangibilidad de cada una de nuestras múltiples y complejas vidas. ¿Cómo podemos crear un sentido de comunidad, si no tenemos profundidad entre nosotrxs?”.
Justo como en las reuniones presenciales, también nos distrajimos y tuvimos interrupciones, por ejemplo cuando participantes dejaban o disociaban durante las discusiones. Pero esta vez, por lo corto de las sesiones, estas distracciones costaban mucho. En cada momento en que tuvimos que interrumpir la sesión para atender otros asuntos, para reiniciar o volver a conectar después de abandonar la plataforma digital, o para dedicar tiempo a repetir puntos para quienes llegaban tarde, se perdieron minutos de nuestro ajustado tiempo asignado. Como las sesiones tuvieron que ajustarse al tiempo limitado de la reunión, me sentí apresurada y acosada por el tiempo, ¡como un perro jadeando sin aliento persiguiendo sin cesar el tiempo! Las plataformas digitales, herramientas del capitalismo orientadas al beneficio y la productividad, no nos animaban a detenernos.
Demanding of presence, unforgiving of silence
Me sentía drenada después de facilitar cada una de las sesiones. Hice yoga y meditación para centrarme y prepararme. Durante cada sesión, escuché atentamente. En el camino, traté de parafrasear las contribuciones de lxs participantes para transmitirles que les había escuchado y valorar su compromiso. Tomé notas minuciosamente. No había tiempo para desconectarse, no podía ponerme a divagar. Durante cada segundo de las sesiones que facilité fui consciente de habitarlos con mi presencia. Como escribe Allan Kaplan, mentor en un curso de práctica social reflexiva que estoy tomando, en su artículo “Metamorfosis, el sentido de la verdad”: “Aunque el Zoom fragmenta, distrae y estrecha a través de sus rituales de conformidad y separación, esperamos que pueda, hasta cierto punto, suavizarse y ablandarse a través de la misma facultad humana que acompaña a la facultad de observación: la profunda simplicidad de la presencia.”
Si la exigencia por demostrar presencia persiste, estas plataformas virtuales son implacables con el silencio. Durante nuestras sesiones virtuales, apenas podíamos tolerar el “vacío” en el aire. La mayoría nos apuramos a llenar el silencio, nos inquietamos manifiestamente si había que hacer una pausa para reflexionar en silencio o esperábamos en silencio a que alguien iniciara la discusión. Durante nuestras sesiones de lluvia de ideas, teníamos que ser explícitxs sobre estar tomando tiempo para pensar, para que nuestro silencio no fuera malentendido. En momentos en que no estaba guiada por otros significantes, más que aquellos de las voces de lxs participantes, me fue difícil entender los múltiples significados del silencio. Como facilitadora, a menudo me pregunté qué significaba cada momento de silencio: ¿Está tomando tiempo para pensar? ¿Está expresando duda? ¿Está demostrando incomodidad? ¿Está consintiendo o cediendo?
Mientras contemplaba las múltiples facetas del significado del silencio virtual, Sue Davidoff, co-mentora en el curso de Allan, ofrece una valiosa reflexión. De acuerdo con ella, “El silencio no es una ausencia de sonido. Es una cualidad interior que siempre llevamos dentro”. En mis reflexiones, se me ocurrió que mientras cambiábamos nuestras vidas hacia la virtualidad, en medio de la pandemia, inevitablemente estábamos alterando nuestra relación con el tiempo y la vida. Vivir virtualmente nos lleva a estar en movimiento sin cesar, la quietud no es una posición que podamos tomar en la virtualidad. El silencio y su cualidad de vida integrada en sí, no se traduce en la virtualidad. Nos obliga a llenar el espacio del silencio, para indicar que hay algo sucediendo, que realmente estamos presentes. No podíamos estar quietos, no fuera a ser que se presumiera que nos habíamos alejado de la vida. Con menos conciencia, se nos entrena para ignorar el espacio entre el sonido y el silencio, entre el movimiento y la quietud.
Bajo la obligación de circunstancias impuestas por la pandemia, observé como me había deslizado, lentamente, hacia una existencia virtual y la facilitación de las sesiones a distancia para Fenomenal Funds fue sólo una parte de todo eso. Este cambio se produjo de forma gradual y yo era demasiado inconsciente para darme cuenta de sus consecuencias no deseadas: truncar nuestras conversaciones más profundas de comprensión y creación de sentido compartido, borrar la multiplicidad de nuestras identidades y contextos, erosionar nuestras relaciones de intimidad y confianza, empujarnos a acelerar sin miramientos. Lo que me inquieta es que, si no me mantengo consciente y presente, podría higienizarme demasiado en esta existencia virtual y, sin pensar, podría ser absorbida por un vacío virtual.